martes, 14 de febrero de 2012

Recordé, por P. V.


A lo lejos podía escuchar el tenue sonido del piano.

Después de días deambulando por la montaña y a pesar de que todavía, aun sedienta y fatigada debido a la falta de alimento y abrigo, me sentía embriagada por aquel aire dolorosamente puro, por el manto envolvente de aquellos verdes campos, perdida la vista en la lontananza de aquellos atardeceres y amaneceres en los que cielo y suelo se unían en una explosión de tonalidades ambarinas, recordé.

Recordé el aroma a violetas que agudizaba mi olfato y me hacía abrir los ojos cada día, para poder contemplar el bello rostro de mi bienhechor, mi leal, inseparable y buen amigo, que gustosamente, como todas las mañanas desde que mi vida se unió a la suya, paladeaba su café con leche calentito mientras trataba de despertarme pausadamente, con suavidad y dulzura, degustando cada caricia sobre mi lomo de tacto afelpado como el de un peluche, sorbo a sorbo, a la vez que admiraba en un éxtasis contemplativo el vasto e ilimitado paisaje que ahora se había convertido en mi prisión.

Recordé.

Aquellos hermosos acordes nacidos de las caricias de unas manos generosas y amorosas como las suyas me indicaron el camino de regreso a casa.

Dedicado a V. D.

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